martes, 23 de octubre de 2012

Luis M. Moreno

Después de haber tanteado varios palos, escribiendo alguna que otra obra de teatro, como Prometeo Encadenado, Cásicos Etílicos y Clásicos Bíblicos, y de publicar un libro de poesía, al que me une más el cariño que el orgullo, y que podría pasar al olvido sin demasiado problema (Agujas de Agua), o bien participar en antologías donde tuve la suerte de compartir páginas con Aute, Sabina o Luis Garía Montero, finalmente me lancé al gran reto: una novela. Y, ya puestos, una novela que, todo hay que decirlo, he disfrutado como un enano. Imagino que eso se nota cuando lees ciertas cosas. El humor negro, que es lo que a fin de cuentas nos saca una sonrisa cuando menos lo esperamos, y quizá cuando menos deberíamos, es algo que debo agradecer a Los Viernes Tontos, ese grupo de locos teatreros que una vez al mes se dedica a arrancar carcajadas a la gente de forma tan gratuita como absolutamente genial. Después de más de diez años con ellos, me siguen dando cuerda para rato. Pero imagino que este libro es una mezcla de eso y de los años que llevo trabajando con la parte más compleja de nuestra sociedad, en centros de menores cerrados, abiertos, plantas de psiquiatría de hospitales, centros de discapacitados… De todo ello he aprendido que si hay algo que nos caracteriza es que la vida siempre merece una risa, a pesar de todo. Un guiño es suficiente para sacar adelante cualquier cosa.

No hay comentarios:

Publicar un comentario